TESOROS ESCONDIDOS

En vez de buscar la felicidad –una meta– conviene sacarle jugo a lo que va llegando. Disfrutar del trayecto más que de alcanzar un destino. Hay personas que han desarrollado esa preciosa capacidad de amar y abrazar el presente sea cual sea la cara que muestre. Permanecen en él sin intentar cambiar nada pero aportando lo que pueden. Aceptar la incertidumbre y asentarse en ella es la única forma de traspasarla. 

Tengo una amiga que posee una confianza ciega en la vida que para muchos no tendría justificación. Es madre de dos hijos gemelos, uno de ellos con parálisis cerebral. Los ha criado sola porque su marido la abandonó y poco después falleció. Cuando eran pequeños pidió ayuda a los servicios sociales y en un momento dado se la quitaron. Me cuenta: «Salí de los servicios sociales y mirando al cielo dije: ‘Gracias por evitar que me siguiera conformando con esta miseria. Id pensando en algo porque yo me voy a desayunar y con eso me gasto todo el dinero que me queda’. Al terminar el café me di cuenta de que el mostrador del bar estaba completamente vacío. Entonces le ofrecí al dueño traerle a la mañana siguiente unas tapas de pinchos como las que hacen en mi tierra, Donosti. Una amiga me prestó un poco de dinero para comprar los ingredientes. Fue el comienzo de mi primera empresa de cátering».
Y es que al no luchar contra la incertidumbre se pueden percibir mejor sus tesoros escondidos, como la libertad para experimentar y crear algo nuevo. La seguridad proporciona ciertamente comodidad, pero no conlleva tanto aprendizaje, puede adolecer de intensidad y generar aburrimiento. En contraste, la incertidumbre puede suministrar un suelo muy fértil donde el alma crezca y evolucione. A veces la vida plantea retos que traen lecciones ocultas que se saborean mucho después. Ayuda preguntarse: ¿Qué puedo aprender de este momento? ¿Qué he ganado que no sé apreciar? ¿Qué se está abriendo ante mí que todavía no sé ver? Por la vulnerabilidad que despierta, la incertidumbre invita a una nueva forma de conexión con uno mismo y con la vida. Una conexión más auténtica y en consonancia con lo que se es, más allá de etiquetas y apariencias, que invita a la humildad. Desde este nuevo lugar, las relaciones con los demás se transforman. Se descubren nuevos recursos dentro de uno mismo. La infelicidad no es imprescindible, pero puede propiciar un renacimiento. El caos es una buena nueva si se aprende a contemplarlo con menos miedo y más curiosidad. La curiosidad del héroe que se aventura en mares desconocidos para descubrir nuevas tierras dentro y fuera de sí mismo. 

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La incertidumbre puede suministrar un suelo muy fértil donde el alma crezca y evolucione. A veces la vida plantea retos que traen lecciones ocultas que se saborean mucho después. Ayuda preguntarse: ¿Qué puedo aprender de este momento? ¿Qué he ganado que no sé apreciar? ¿Qué se está abriendo ante mí que todavía no sé ver? 
— Sílvia Díez