NO ESTOY SOLO
Miguel la miró y acarició la melena rubia de su nieta como si estuviera pudiendo tocar el paso del tiempo y el misterio que encierra, su poder para transformar los rostros, los cuerpos, las familias, las sociedades, el mundo. En las yemas de sus dedos podía sentir el pulso de todas generaciones que habían podido proporcionar ese atractivo tono de cabello, esa sonrisa maravillosa y abierta que adoraba... Cuando la miraba veía a su mujer, veía a su hija, se veía a él.
-¿Dónde está mi madre?-, preguntó la adolescente que tenía prisa.
-Se la han llevado a hacerle unas pruebas, ya no tardará. Está muy cansada, ha perdido sangre, pero se recuperará pronto.
-Abuelo, me gusta este niño. Me da buen rollo. ¿A ti qué te parece?
-A mí también me gusta. Me gusta mucho.
-Tengo ganas de contarle historias, de llevarlo a jugar al parque, de perseguirlo… Ahora es aún un bastante aburrido.
-Tengo tan vivo el día en que naciste que no entiendo cómo han podido pasar tan rápidamente, sin darme cuenta, más de 15 años. Me acuerdo como si fuera ayer del nacimiento de tu madre que tiene 39 años. Verte ahora y pensar que eras tan pequeña, diminuta incluso, me parece un milagro. Debe ser que lo que es importante para las personas se queda grabado en la mente como un hoy eterno. ¿Qué tal el instituto?
-Tendría que estudiar más, pero cuesta encerrarse en casa… Hay tantas tentaciones fuera. El mundo es más atractivo que mi habitación. Dicen que los libros te enseñan a vivir, pero yo prefiero aprender por mí misma. Me gusta estar con mis amigos, hablar… Mi madre está enfadada porque no soy disciplinada, porque he suspendido algunas asignaturas, se enoja porque llego tarde a casa… ¡Está muy pesada! A ver si este enano la distrae de mí -le guiñó el ojo la nieta traviesa al abuelo para tenerlo como aliado-. De todos modos de verdad que no estoy sacando tan malas notas. Y, ¿cuántas veces volveré a tener 15 años? Tengo que aprovechar.
Miguel no sabía qué decir. Quería regañarla, pero le parecía absurdo soltarle un sermón. Así que no dijo nada.
Uno de los extraños amigos que había conocido en unas clases de fotografía a las que se había apuntado para distraerse le había contado que había participado en un taller. Aquel hombre parecía adicto a ellos. Le contó uno de los ejercicios que le habían obligado a hacer: se trataba de imaginar que tenía delante a su nieto o nieta. Tenía que transmitirle a ese descendiente lo que para él constituía la lección de vida más importante, aquello que había aprendido y no quería que se olvidara.
Miguel se estuvo preguntando largo rato a solas qué le diría él a ese nieto o a su nieta. ¿Qué había sido lo más importante para él en la vida? ¿Qué se tenía que tener más presente en la aventura de vivir? ¿Qué lección debía dar a un navegante novato?
Finalmente lo tuvo claro. Lo más importante era haber sido capaz de entregarse a la pasión. Lo había conseguido en algunas ocasiones, no muchas pero suficientes. Las pocas locuras que se había atrevido a cometer eran las que tenían más sentido ahora que sentía que estaba al final del camino. Lamentaba haber desperdiciado tanto tiempo, tanta vida, en lograr éxito, comodidad, prestigio… Pero también una parte de sí le recordaba que tal vez no valoraba aquello porque daba por sentado que estaba allí.
"La vida me ha dado muchos regalos. Tengo guardados un montón de momentos bonitos y quiero que me siga dando, por eso quiero curarme y salir de ésta", le había dicho otro amigo de Miguel esa misma semana cuando había ido a visitarlo al hospital porque estaba aquejado por un cáncer de colon.
Ante esas palabras Miguel se emocionó, no por su amigo, sino por él. Veía en su amigo un amor por la vida que él no conseguía despertar dentro de sí. En cambio tenía poco derecho a quejarse… La vida había sido generosa con él: tenía dos hijos maravillosos, desde hoy dos nietos… Pero no se sentía feliz. Su alma rebosaba melancolía.
Le había marcado la frase: "Nacemos y morimos solos" desde la primera vez que la escuchó, aún siendo muy joven. Porque esa intensa sensación de soledad siempre había estado dentro de él.
Costaba compartir completamente la existencia con alguien, sentirse acompañado de verdad. Sólo a momentos, sólo en unos momentos mágicos y efímeros uno entra en contacto con el otro de verdad y dice: “Sí, es verdad, no estoy solo”.